La desnaturalización de la grada es el peaje que hay que pagar para poder llenar el campo y evitar invasiones ajenas.
Aquellos granotas que lamentan la desnaturalización de la grada del Ciutat por la promoción de dos entradas gratis por abonado para llenar el campo en los últimos encuentros decisivos (no solo en playoff) son los mismos que antes se quejaron de la invasión manchega en Fallas. Tal y como está el club, si quieres asegurar gradas desbordadas no tienes otra que arriesgarte a que se te llene de desubicados, más pendientes de la kiss-cam, la mascletá de Pau, la linternita del móvil o de hacer la ola, que del juego de tu equipo. El nivel de despiste llega a tal grado que vimos hasta dos tipos paseando tranquilamente por los pasillos con vestimenta chota, como si nada. Increíble. Como los turistas asiáticos del Camp Nou, ajenos a la realidad, ensimismados en su mundo en blanco y negro.
Los de Albacete lamentan no poder comprar entradas en taquillas, calificándolo de “jugarreta” y acusándonos de equipo pequeño. Es lógico y están en su derecho, aunque no terminamos de entender ese aire de superioridad que destilan y ciertos comentarios despectivos. El Alba. Puestos a cruzar acusaciones de pequeñez, el Carlos Belmonte resulta muy limitado en general, también para la afición visitante (405 entradas).
Los granotas deberíamos estas dos semanas saber aparcar decepciones pasadas y hacer un ejercicio de reseteo mental para procurar no pensar en el día después, tanto si se asciende como si se fracasa.
Además, la iniciativa del club nos permite, con el ambiente tan tenso en este final de temporada, estar rodeados en la grada de gente que nos ayuda a relativizar las cosas. Mientras tú estás hundido por el gol del Oviedo ellos, los invitados insensibles, siguen a lo suyo; seres superiores que viven al margen de las inercias, los dramas y los nervios. Ellos han ido a disfrutar. Poco les importa que el dúo Postigo-Rober Pier se pase el balón cien veces en horizontal a ritmo cansino, ajenos al resultado, porque ellos saborean papas fritas en sus cómodos asientos y se ríen como si nada, moviendo el móvil de lado a lado. Da gusto tomarse así las cosas y no darle tantas vueltas a todo lo que nos jugamos estas dos semanas.
Porque lo de estas eliminatorias es de infarto y hay que estar preparados para lo que nos viene. Al Levante le pasa como a los malos estudiantes: no hizo los deberes cuando tocaba y ahora anda agobiado jugándose repetir curso a una carta en los exámenes de septiembre.
Los granotas deberíamos estos días saber aparcar decepciones pasadas y hacer un ejercicio de reseteo mental para procurar no pensar en el día después (tanto si se asciende como si se fracasa) y centrarnos en el hoy y ahora, aunque en ocasiones no resulte sencillo viendo el estado físico de los jugadores, su paupérrimo juego, la falta de planteamientos alternativos desde el banquillo y la sensación generalizada de fin de ciclo.
Deberíamos hacer como algunos de esos invitados que nos llenan el campo, dispuestos a celebrar cualquier cosa. Queremos pensar que en el fondo se reservan las energías para cuando haga falta de verdad. Esperan sentados el momento clave para dar lo mejor de sí mismo. Y ese momento ha llegado. Es la hora de empujar todos juntos para lograr el ascenso. O no.
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