Lo que no nos gusta del último partido en el Ciutat.
Una máxima de sentido común dice que cuando las cosas van bien hay que analizar las que no funcionan para continuar mejorando. Si el barco zozobra, mejor no agitarlo y evitar contribuir a su hundimiento; pero si navega directo a su destino, la crítica constructiva no solo no desviará su rumbo, sino incluso le hará mejorar y aligerar el viaje. Por eso permítannos, tras esta excusatio, desahogarnos con todo aquello que no nos gusta de lo que vimos el último partido en el Ciutat.
Nos duele contemplar el estado del césped, pese a contar con el mejor y más carismático jardinero de toda la Liga. No nos gusta jugar los lunes, aunque el club no se queje porque así ingresa más dinero: desluce el espectáculo, ahuyenta a los niños y la entrada es pobre.
Nos molesta que cuando suena el himno, los visitantes canten el suyo propio en lugar de respetar a los locales. Ojo, los granotas también hacemos lo propio en los desplazamientos. Debería cantarse a continuación o tras el pitido inicial.
Nos choca que Rubén Vezo siga sin lograr ganar su particular duelo con la báscula. O que haya chavales en el vestuario que se crean por encima de los demás, pendientes únicamente de engrosar sus números particulares. O que un niñato engreído se encare a su público con la mano en la oreja tras marcar un gol después de año y medio.
Nos desagradan las broncas de la grada hacia nuestros jugadores durante el partido, por muy justificadas que puedan ser. No somos como los vecinos con su clásico “pitos en Mestalla”. Solo contribuyen a ponerles más nerviosos y que vuelvan a errar. Tampoco nos gusta andar proclamando a voz en grito las exigencias del ascenso a estas alturas de Liga en forma de cánticos (“Que sí, joer, que vamos a ascender”).
Tampoco entendemos por qué da la sensación de que Calleja no entrena las jugadas a balón parado e improvisan sobre la marcha el lanzamiento de faltas, saques de esquina e incluso los saques de banda.
No nos gusta que un niñato engreído se encare a su público con la mano en la oreja tras marcar un gol después de año y medio.
Nos chocan esas extemporáneas celebraciones ya habituales en nuestro vestuario tras ganar a duras penas cualquier partido ordinario de liga. No solo nos parecen exageradas por la dimensión de lo obtenido sino un tanto artificiales y sobreactuadas. Al menos deberían guardar un mínimo pudor y no difundir las imágenes más allá de alguna foto en la red.
No soportamos contemplar en el palco a un traidor a nuestro escudo, hoy en el Villarreal, sentado entre los jugadores de la plantilla lesionados y no convocados, en plan risitas y confraternización de colegas. No es uno de los nuestros. Cordón sanitario.
También nos cuesta entender el porqué de tantas dualidades en el organigrama del club: un presidente, un director general y un consejero delegado plenipotenciario (quien por cierto aún no ha ingresado un solo euro en el club); una portavoz y una responsable de comunicación…
Ya ven. Nos hacemos mayores y nos volvemos un poco cascarrabias. Otro día podríamos escribir sobre todo lo que nos gusta del Levante, aunque para eso harían falta decenas de artículos. Nunca acabaríamos. Por algo somos granotas, integrantes de esta gran familia para lo bueno… y también para lo mejorable. A fin de cuentas, nosotros no lo elegimos, el Levante nos eligió a nosotros. O no.
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