En las gradas del Ciutat se respira el aroma del ascenso. Los partidos que le quedan al Levante más que cuatro finales son cuatro principios. El comienzo del resto de nuestras vidas para los granotas. Y lo vamos a disfrutar como nunca.
“Aquí huele a ascenso”, pensamos en los instantes previos al encuentro frente al Alavés. Podríamos preguntarnos, en realidad, a qué huele el ascenso, como el anuncio aquél de Evax. ¿A qué huelen las nubes, los sueños… las risas? El ascenso huele a confianza y convicción, porque sabes que lo vas a lograr. Huele a euforia, entusiasmo y alegría. Huele a tradición e historia.
El sábado se palpaba en la atmósfera de las gradas del Ciutat ese darlo todo; se podía olfatear la pasión por unos colores, el deseo de empujar de todas las generaciones de granotas allí reunidas, con el campo lleno, para marcar el primer gol antes de empezar. Y los jugadores lo notaron. Era el día esperado y no podían fallar, aunque solo fuera por vergüenza torera. Olía a ascenso.
Si eres del Levante sabes que no todos los finales son hermosos ni de película. Que no es más quien más tiene, sino quien lo disfruta más. Y frente al Alavés lo disfrutamos como nunca, volcándonos para llevar en volandas a los nuestros y darles alas (¿más publicidad subliminal de Evax?). Y así debe ser hasta el final de temporada.
No deja de ser emotivo y simbólico que la pareja de la cantera Pepelu-Iborra, (mismo origen, distintas generaciones) nos estén llevando en volandas a Primera pese a todas las dificultades que continúan apareciendo en el camino. Sobreponen su determinación y empuje a las lesiones que menguan la plantilla, al comienzo errático por el desatino en el banquillo o la falta de gol de los delanteros. Ellos marcan el camino del levantinismo, encarnando una conjunción perfecta entre nuestro pasado desde hace más de una década y el futuro de la siguiente.
La pareja de la cantera Pepelu-Iborra (pasado y futuro del club encarnados en el presente) marcan al levantinismo el camino del ascenso.
Vicente Iborra, el hijo pródigo, ha vuelto para retornar a su Levante a la máxima categoría. Como en su día hicieron Ballesteros y Juanfran cuando el club peor lo estaba pasando, al borde de la desaparición. El coloso de Moncada ha regresado en el momento justo, al auxilio de su equipo del alma cuando más lo necesitaba. Aporta, además de fútbol, equilibrio y experiencia no solo en el césped sino sobre todo en el vestuario.
Pepelu, la perla de la cantera que ha sabido sortear los escollos de quienes no creían en él y casi terminan expulsándolo del club de mala manera y por la puerta de atrás, transmite su entusiasmo y ganas de comerse el mundo. Nos ofrece en cada partido un recital aleccionador de cómo debe ser un eje central seguro, poderoso y, al mismo tiempo, peligroso. Con cada encuentro que juega crece más y nadie sabemos dónde puede estar su techo.
Todos juntos lo vamos a lograr. Se huele. Porque unidos en el mismo objetivo somos capaces de todo. Si lo piensan bien, en realidad los cuatro partidos que le quedan al Levante no son cuatro finales sino, más bien, cuatro principios. El comienzo del resto de nuestras vidas. Y lo vamos a disfrutar como nunca. Como siempre. Esta vez sin escépticos “o nos” finales. Que sí. Que vamos a ascender. Sin duda.
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