Los granotas empezamos a estar cansados de tanta indolencia que, como en el Heliodoro Rodríguez, se traduce en colapso, temblor de piernas y falta de ambición. Nos preguntamos si alguien de dentro ha levantado la voz. En cualquier caso, uno dispone su destino, lo sufre.
Lo de Tenerife nos ha roto por dentro. Ha destrozado muchas de nuestras ilusiones y esperanzas. Qué quieren que les diga.
Una máxima básica del periodismo de opinión es no escribir en caliente para evitar caer en el apasionamiento desmedido o el fanatismo. He procurado dejar pasar tiempo desde el día de autos pero, aun así, cuatro días después, el enfado continúa.
Puedes ganar o perder, pero la actitud es innegociable. Y el respeto al escudo. Aún estaba caliente el cadáver y desde el club ya andaban apelando de manera impúdica a olvidar el Heliodoro Rodríguez, mirar hacia otro lado y “apoyar al equipo en este importante partido”. Acudan el lunes al Ciutat como si no hubiera pasado nada. Como si todo estuviera excelente, en un intento de socializar la responsabilidad del ascenso y minimizar el daño causado, sobre todo moral. Para desviar la atención: entradas gratis, deuda institucional saldada, firma de autógrafos de jugadores y lanzamiento de una nueva camiseta con la excusa del aniversario de la Coronación de la Virgen. Como si no se nos hubiera quedado un agujero en el estómago ese sábado nefasto, con disgustos añadidos como el descenso del fútbol sala y la eliminación del filial en el playoff de ascenso. Menos mal que el equipo Femenino se clasificó para Champions.
Ese era el día que ya no se podía fallar. El decisivo. Y volvieron a demostrar que les da igual. Eso parece. Y los granotas empezamos a estar cansados de tanta indolencia e incapacidad. De tanta palabra hueca que luego se traduce en colapso, temblor de piernas y falta de ambición.
El partido del lunes frente al Ibiza animaremos, qué remedio, por el Levante, por el escudo. Pero el dolor, la decepción y el daño sufrido el sábado por la actitud de los jugadores no nos lo quita nadie.
La grada cada vez está más alejada de una plantilla fría, con mentalidad de equipo pequeño, sin hambre. Con un entrenador que falla estrepitosamente en la ubicación de las piezas sobre el césped. ¿Qué hace el míster, incapaz de motivar a los jugadores, de insuflarles ánimo, de transmitirles nada? Afirmar que la plantilla no ha tirado la toalla da una idea de su grado de desconexión. ¿Hay alguien ahí? ¿Alguno se ha enfadado de verdad por el ridículo exhibido? ¿Nadie ahí dentro ha montado en cólera? ¿Todo sigue igual?
Los expertos dicen que provocar un terremoto con decisiones drásticas a falta de tres partidos, en un momento delicado de la temporada con todo en juego, no es oportuno porque el objetivo puede saltar por los aires. Poco importaría, la verdad. ¿Qué puede pasar? ¿Que perdamos los partidos que restan?
No sabemos qué sucederá a partir de ahora en las tres jornadas. Aunque ganemos los nueves puntos puede que no ascendamos de forma directa. O igual lo logramos. Aun así algo se quebró el sábado, al margen del resultado final. El daño está hecho. No soportamos más tomaduras de pelo.
Somos del Levante que defiende unos valores: el trabajo, el compromiso, esfuerzo, respeto, humildad, que nadie nos pise, de rebelarnos contra la injusticia y que no nos regalen nada. Somos de un club con raíces y tradición. Si dejamos de ser ese club nada tiene sentido. Se puede ser peor que el rival en el campo y caer derrotado, pero con la cabeza alta y dándolo todo.
El partido del lunes frente al Ibiza animaremos, qué remedio, por el Levante, por el escudo. Pero el dolor, la decepción y el daño sufrido el sábado por la actitud de los jugadores no nos lo quita nadie. Estamos dolidos. No queda otra que resignarnos y convencernos que, como reza el dicho, “uno no dispone su destino, lo sufre”. O no.
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