No sabemos qué versión del conjunto granota nos encontraremos el domingo frente al Burgos.
Lo difícil en el fútbol es mantener un ritmo, la continuidad. Como casi todo en la vida. Lo dijo el personaje de Jane Austen en Persuasión, Sir Walter Elliot: “La perseverancia no es una carrera larga, son muchas carreras cortas una tras otra”. Es una jornada tras otra. Lo del ganar y volver a ganar de Luis Aragonés. Esa es la clave del ascenso: la regularidad.
Todavía con el regusto del extraordinario partido del miércoles frente a un gran Málaga, nos llama la atención el contraste con el pobre juego exhibido tras el parón por la riada. ¿Es la misma plantilla que contra Elche, Pontevedra o Racing?
En apenas cinco días se ha operado una sorprendente transformación que ha elevado el juego granota al máximo nivel a base de intensidad y buen juego. Hemos pasado de un equipo inoperante en ataque a un vendaval que provocó que el Málaga -llevaba seis encuentros consecutivos imbatido- encajase en un solo partido un tercio de los goles recibidos en los quince anteriores.
Este equipo padece un poco el síntoma del melón: no se sabe con qué te vas a encontrar hasta que lo abres. Desconocemos qué sucederá frente a los burgaleses hasta que el balón empiece a rodar.
Analizando las diferencias sustanciales que podrían determinar ese cambio, nos quedamos, al margen del planteamiento del rival, que siempre ayuda, con tres detalles. En primer lugar, el extraordinario rendimiento del tigre Andrés García en la banda derecha, un portento físico que anduvo preciso y exquisito en los pases. Su nivel como lateral sigue creciendo con cada partido. En segundo lugar, la suplencia por primera vez de Morales y su salida en los últimos minutos que permite ofrecer su faceta más fresca como extremo revulsivo. Y, en tercero y definitivo, el salto diferencial que supone la creatividad y entrega de Carlos Álvarez, un jugador estratosférico que, pese al duro marcaje de los rivales, siempre aporta cosas diferentes en ataque.
Permítanme una anotación al margen respecto al excomandante. No tiene nada que ver con su misteriosa no lesión en Ferrol (¿rotura de ligamento?), sino con que realmente no es el futbolista con más partidos jugados en la historia del Levante. Así de sencillo. Como apunta Felip Bens (autoridad en la materia), “no es cierto y es una falta de respeto a la historia”, perpetrada por el propio club con ese homenaje prepartido que solo parece obedecer al intento de seguir blanqueando la traición a nuestro escudo en el pasado por la que sigue sin pedir perdón. “Juan Puig o Agustín Dolz, sense rascar més, eren professionals i tenen prop de 200 partits més que ell”, apunta el maestro Bens. No añadimos nada más.
Les sugiero terminar con una sonrisa, cantando, en plan motivación para el encuentro frente al Burgos, la veraniega “Don't stop the rhythm”, ritmo hawaiano de Kolohe kai; o, si lo prefieren, aquella más hispana “Que el ritmo no pare” que interpretaba para la Vuelta ciclista a España de 2002 la mejicana Paty Manterola. O no. Casi mejor no.
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