La situación en que se encuentra en estos momentos el Levante UD no hace más que ahondar en el progresivo declive en que anda sumido el club desde hace tiempo.
La sensación de provisionalidad y parcheo permanente en la que anda sumido el Levante desde hace tiempo tiene un nuevo capítulo con la interinidad de Miñambres en el banquillo mientras trata de encontrar entrenador idóneo para sustituir a Nafti. La situación parece haber pillado al director técnico con el pie cambiado pese a que desde hace cuatro jornadas veníamos advirtiendo del colapso del equipo y de la manifiesta incapacidad del ya exentrenador para sacar el proyecto adelante.
Resulta increíble que el director técnico no tuviera previsto un plan B y se dedique ahora, deprisa y corriendo, a buscar sustituto en plena jornada intersemanal. A menos que ese precisamente sea su plan, el de probarse él mismo en el banquillo, y posponga la contratación de un nuevo entrenador a una posible tercera opción en caso de fallar en las dos citas inmediatas de Miranda y Leganés. Parece improbable, y más cuando Javier Calleja está en boca de todos. Solo es una hipótesis, pero explicaría semejante esperpento y serviría como justificación exculpatoria ante tanta falta de profesionalidad. Sea como fuere, la situación en que se encuentra en estos momentos el Levante UD no hace más que ahondar en el progresivo declive en que anda sumido el club desde hace tiempo, con cinco entrenadores en el último año.
Se percibe una sensación de pérdida de rumbo muy preocupante, con la interinidad como patrón de actuación.
Es evidente la necesidad de seguir tomando decisiones en la entidad a todos los niveles. Antes de que sea demasiado tarde. Todavía estamos a tiempo de casi todo. Pero quienes deben hacerlo se han dedicado a mirar hacia otro lado esperando que el tiempo, la fortuna o no se sabe qué lo arreglen. Se van quedando sin excusas y el margen para evitar una catástrofe es cada vez menor. Deben actuar. A estas alturas no vale contentarse con algunas operaciones de marketing de lavado de imagen y algún retoquito para desviar la atención. Deben regenerar para evitar que todo termine por pudrirse. Hay mucho en juego. Y el problema es evidente que va más allá del vestuario.
El Levante es un gran club que no se puede permitir tirar por la borda todo lo conseguido desde su centenario, los mejores años de su convulsa vida. Pero antes que nada es el equipo de nuestros amores, de miles de granotas a los que nos duele profundamente todo lo que está sucediendo. Nos entristece contemplar esta progresiva degradación. Venimos experimentando desde hace tiempo esta sensación de caída libre. Lo peor es que seguimos sin atisbar siquiera dónde está el suelo. A la deriva deportiva se suman decisiones fallidas, situación económica cada vez más comprometida, escasa autocrítica, falta de asunción de responsabilidades, intereses personales, alejamiento de la masa social… Y sobre todo una sensación de pérdida de rumbo muy preocupante con la interinidad como patrón de actuación.
Tito Livio sentenció en sus escritos que “cuando la situación es adversa y la esperanza poca, las determinaciones drásticas son las más seguras”. Que se dé por aludido y tome nota de una vez quién corresponda. O no.
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