Al míster se le echa en cara que no resuelva los partidos por su conformismo y falta de atrevimiento. Es posible. Pero es un técnico fiable que siempre mantendrá al equipo arriba.
A algunos nos sorprenden los pitos sueltos al míster granota cuando el gran Pau Ballester lanza su nombre al Ciutat por la megafonía, al inicio del encuentro. “No lo está haciendo mal”, comentamos con algunos vecinos de grada discrepantes. “Pero tampoco bien”, nos responden. Quizás esa sea la principal característica callejil: deja tibio al personal. Sin acérrimos detractores, cierto; pero también sin fervientes defensores.
Nos los advirtieron a su llegada amigos de Vila-real que lo conocían bien. “Ya veréis como es un cagón que nunca se arriesga”. Lo de "cagón" no lo tomamos literalmente, sino en la acepción del término que significa “persona amedrentada, incapaz de ponerse en situación de riesgo”. Eso, según como se mire, puede llegar a ser una virtud. Y más en Segunda división. Nadar y guardar la ropa. Pero claro, cuando comprobamos un partido tras otro su incapacidad de arriesgar para vencer con solvencia, pudiendo hacerlo, hay quien llega a desesperarse.
Los defensores de Calleja (entre quienes nos encontramos) sopesamos su fiabilidad: casi siempre suma, pocas veces pierde, y siempre estaremos arriba. Eso sí, nunca despuntamos y nunca vamos sobrados. Siempre justitos en todo. Cierto que hay muchos condicionantes en forma de lesiones, la igualdad de la categoría, tres partidos en seis días, y -sobre todo- arbitrajes escandalosos. Mención especial a la cuestión.
Los arbitrajes antigranotas empiezan a ser un escándalo. Los del VAR no pueden ir cambiando de criterio según se les antoje. El descrédito es infinito porque ni ellos se aclaran.
Les confieso que no celebré el gol anulado de Bouldini al Villarreal. No nos venimos arriba si tenemos la mínima duda de que se puede anular... porque lo harán. Esperamos a que unos señores a cientos de kilómetros autoricen una acción del Levante tras buscar durante varios minutos la imagen más adecuada para invalidarlo. Un modo de cargarse el fútbol por la vía rápida. Ya no depende de lo que pase en el césped (donde también está el árbitro) sino de unos tipos sentados cómodamente delante de un monitor cambiando de criterio según se les antoje. El descrédito es infinito porque ni ellos se aclaran.
No exageramos. La realidad mosquea: la mano ante el Amorebieta que acaba en gol, el tanto anulado a Dani Gómez ante el Oviedo por milímetros, el gol de Bouldini, el penalti a Lozano, los arbitrajes tendenciosos... el agravio es incuestionable y la queja formal del club obligada.
Pero no podemos ampararnos en eso. El victimismo, por mucho que tenga una base real, no conduce al éxito. Si queremos ascender (lo comprobamos la pasada temporada) debemos superar también los arbitrajes adversos. Y para eso no hay que ir apurados, siempre ajustando, al cero-cero, pendientes de si pitan o no unas dudosas manos arbitrarias en el último minuto. A Calleja le pedimos intentar vencer sin conformismos, con holgura y atrevimiento. Ahí flojea el míster: en su falta de ambición para afrontar cada partido. Hay otros aspectos puntuales que también se le echan en cara: la falta de efectividad en el balón parado, el exceso de individualismo de medio campo para arriba que repercute en todo el bloque, la ausencia de automatismos…
Calleja puede esgrimir en su defensa aquello de “no tengo que gustar a todo el mundo; no todos tienen buen gusto”. Pero Javi, anda, a ver si conseguimos ganar algún partido con holgura, que cualquier día nos va a dar algo. O no.
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