Erradicar los insultos
- José Martí
- hace 16 minutos
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La causa abierta contra el racista del sector 5 de Mestalla trae a debate la mala educación reinante en las gradas de todos los campos de fútbol.

En todos los campos hay sectores número cinco de Mestalla con un tipo profiriendo todo tipo de exabruptos desagradables que padecemos los de alrededor.
Hay diversos perfiles de pesados, ("eixe és un pelma", decía mi padre) pero a todos les une su elevado tono de voz que afecta a su entorno. Abarcan desde el racista denunciable hasta el graciosito pesado que no calla, el obsesionado con un solo jugador al que le grita cada vez que toca el balón, el narrador del partido, el aspirante a entrenador o el que se dedica a dar la tabarra hablando sin parar de todo tipo de cuestiones ajenas por completo al partido… y al fútbol.
Sin ir más lejos, en la última jornada en el Metropolitano nos cayó en suerte ubicarnos justo delante de un argentino que no paró de contar a sus dos acompañantes a voz en grito que “estaba hecho percha, flaco” o los derrapes del auto después de “pegarle un tubazo” vestido con “la remera de la nacional”. Cuando marcó Griezmann su segundo gol se marchó. Se despidió de sus amigos con un “sha lo ví todo” dejándonos tranquilos al resto.
Ya lo dijo Diógenes: “el insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe”. Esto, en vísperas de asistir a Mestalla donde personalmente hemos padecido los peores insultos como levantinistas, nunca está de más recordarlo.
Tampoco hay que olvidar a los que colocan al árbitro en el centro de sus insultos. Esto de lanzar improperios hacia el antes llamado trío arbitral (¿ahora varcuarteto?) siempre ha sido una costumbre muy latina. En una medida u otra, todos los aficionados cultivamos un sentimiento inicial defensivo de desconfianza hacia el árbitro, cierto, pero no es de recibo -como hemos escuchado en más de una ocasión- desearle la muerte en accidente de coche al regresar del partido. Por muy malo que sea. Ya lo dijo Diógenes: “el insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe”.
El caso más exagerado es el de un tal Juan Ángel, aquél granota que en los años noventa protagonizó diversos incidentes que describió con gracia el expresidente Ramón Victoria en sus memorias. “En una ocasión -escribe- tuve que acudir a declarar al juzgado por la denuncia de un árbitro cuyo coche había sufrido serios desperfectos a causa de la incívica acción de Juan Ángel, que lo rayó de arriba abajo y le destrozó la antena, alegando que aquél colegiado le había robado escandalosamente al Levante UD un encuentro disputado en el Nou Estadi”. Y apostilla Victoria: “seguro que más de uno se reirá al pensar que si todos los levantinistas hubiéramos hecho lo mismo cada vez que nos hubieran perjudicado los árbitros ya no quedaría sano un solo coche de ningún colegio arbitral”.
Entendemos que el insulto sea una cierta forma de desahogo. Hay gente que acude al campo a soltar la bestia. Pero eso no implica caer en el racismo, la mala educación o en atormentar al resto. Y esto, en vísperas de asistir a Mestalla donde personalmente hemos padecido los peores insultos como levantinistas, nunca está de más recordarlo. O no.








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