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José Martí

El declive

Los años no pasan en balde. Y más en un futbolista.


La decrepitud es una de las amenazas menos auto perceptibles por el ser humano. Solo hay que fijarse en Joe Biden. O en Morales.


Decía que a veces ese declive te llega de golpe, de forma inesperada, como cuando a la Pantera Rosa, feliz de la vida, de repente le cae un piano de cola encima. Pero en la mayoría de los casos el declive es progresivo, siendo el último en percatarse el propio sujeto. Como con Morales. Lo vemos en cada jornada, aún en las victorias como frente al Dépor.


Si el hundimiento en cuestión es el tuyo, se te hace difícil reconocerlo. Pese a las evidencias, el no dar la talla, los fallos continuos, la edad que te obliga a jugar con una marcha menos, el nivel exhibido… la ceguera ante la ruina. No es fácil asimilarlo.


Estar acabado exige un complejo diagnóstico. No basta una segunda opinión, ni una tercera, ni una sexta, ni una enésima para llegar a conclusiones. En tu cabeza cabe siempre la opción de que la decadencia sea solo una mala racha, y que cuando desaparezca volverán los días gloriosos. Pero cabe también la posibilidad de que eso que atribuimos a una mala y larga racha sea la ceguera que no quiere contemplar la ruina. Y te repites como un mantra, hablando en tercera persona, que “podría estar en Primera cobrando el triple, pero no lo hago porque Morales quiere al Levante”. Con un par. Perdonando la vida. Habría quien, a modo de respuesta, podría espetarte aquello de Lola Flores: “si tanto me queréis, irse”.    


"Cuando adivinan el ocaso, si lo adivinan, siguen adelante como si tal cosa, miran a otro lado, silban como si no fuera con ellos, se comportan como antes"

En general, las personas que creen haber estado en contacto con el éxito tienden a desarrollar un carácter insaciable: quieren más. No se conforman con ser grandes en algún momento: desean seguir siéndolo todo el tiempo. Cuando adivinan el ocaso, si lo adivinan, siguen adelante como si tal cosa, miran a otro lado, silban como si no fuera con ellos, se comportan como antes. “Cumplo y llevo tres goles marcados; soy El Comandante”, se autoconvencerá. Pero obvia la triste realidad del capazo de todas las ocasiones desaprovechadas y erradas en cada partido.


Entendemos que hace falta mucho valor para mirarse al espejo y enfrentar la idea espantosa de que sus mejores días quedaron atrás. Y ahí sigue forzando a todo el entorno para, en cada partido, seguir saliendo de inicio, tratando de retrasar su inevitable suplencia.

 

Su actitud nos recuerda a la protagonista de Sunset Bulevard, una actriz de cine mudo que vivió días dorados en Hollywood y que ahora es incapaz de asimilar que esos días pasaron. Aferrada a su majestuosa mansión espera que un buen guionista la devuelva al estrellato. Cuando un día alguien la reconoce, y le recuerda que fue una gran estrella, ella lo corrige y pone el verbo en tiempo presente: «Soy una gran estrella, es el cine el que ha empequeñecido», precisa. No olviden que anda convencido de estar haciéndonos un grandísimo favor a los granotas. En serio. O no.

 

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