La crisis del Levante UD
- Leyre
- 7 mar
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La entidad atraviesa serias dificultades económicas similares a las padecidas en otras épocas.

Desde que tenemos conciencia, el Levante ha estado al borde de la desaparición en más de una ocasión. Hemos presenciado episodios bochornosos que empequeñecen la actual crisis de la entidad trufada de despidos masivos de empleados y deuda disparada por encima de los tres dígitos (en millones).
En los años ochenta y noventa, en realidad hasta la llegada de Pedro Villarroel a la presidencia en 1996, vivimos desde un encierro de la plantilla en el vestuario durante diez días en 1981 (a las pocas semanas de marchar Cruyff), hasta el embargo de la imagen de la Virgen de los Desamparados de la capilla, pasando por dos descensos administrativos, ocasos deportivos, gestoras, prometedores grupos inversores que nunca llegaban, desastre institucional, denuncias de acreedores, amenazas de desaparición…
Luego, ya en este siglo, sufrimos la herencia dejada por Villarroel: acusaciones de amaño, impagos a jugadores en 2008, administración concursal… Momentos de mucha inquietud en el que llegamos a ver las orejas al lobo para luego poder cantar emocionados “he muerto y he resucitado”. Realmente lo sentíamos así.
"Estamos tranquilos porque con estos mimbres es muy difícil que el Levante desaparezca. De peores hemos salido"
Vuelven tiempos de incertidumbre financiera, como si fuera algo inherente al ADN granota. “La historia se repite”, escribió Santanyana. Pero hay tres factores que nos hacen ser optimistas en las actuales circunstancias y nos hace pensar que vamos a salir más fuertes. El más importante: el poderío de un club está en su gente. Esa es la gran diferencia con el pasado y lo que hace hoy indestructible al Levante U.D, pese al desastre dejado por los últimos manirrotos de turno.
En 1996 había 2.500 socios. El entonces presidente, el gran Ramón Victoria, escribía desesperado a modo de SOS: “con los que somos y la taquilla no sacamos ni el 25% del presupuesto; si queremos que esto mejore tenemos que hacer un esfuerzo entre todos”. Hoy somos 16.000 abonados, fieles y leales como se vio en Elda con un millar de granotas en las gradas.
Una segunda diferencia notable es la ilusión del equipo gracias a su entusiasta e irreductible técnico. Otros se quedan sin su segundo entrenador por los ajustes y hubieran transmitido malas sensaciones al resto de la plantilla. Julián Calero no. Consigue trasladar optimismo y esperanza a un grupo unido, conjurado para lograr el objetivo del ascenso, auténtica tabla de salvación para el futuro de la entidad.
Y, en tercer lugar, los actuales gestores al frente de la nave, Danvila y Sánchez, trabajan con los pies en la tierra, de manera sensata y coherente, intentando sacar el club a flote con ilusión, profesionalidad, dedicación y decisión. No lo tienen fácil. Pero no se van a rendir ni bajar los brazos.
Vienen tiempos complicados. Sin duda. Pero estamos tranquilos porque con estos mimbres es muy difícil que el Levante desaparezca. De peores hemos salido. Confiemos. Como dice Calero, “todo va a salir bien”. Aunque nos suena a lo de “al final nos reiremos de todo esto” de aquel otro y ya vimos como acabó después de sus trece años. O no.
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