El chef Calero
- José Martí
- 14 feb
- 2 Min. de lectura
El locuaz técnico granota destaca por su inclinación a emplear términos gastronómicos... y su desconocimiento de los melones.

Julián Calero debería saber que con las cosas del comer no se juega. Por eso no terminamos de entender su excesivo afán por emplear símiles culinarios en las ruedas de prensa. Desde la manoseada fábula de los huevos con beicon (la escuché por primera vez en el sermón de una boda), pasando por el choped o, la última, el melón.
“Las circunstancias del partido son melones cerrados”, dijo en la víspera de la última jornada. “Cuando ves un melón por fuera puede ser muy bonito, pero puedes abrirlo y estar «pepino». Y hay veces que no está bonito, lo abres y está dulce. Así son los partidos de fútbol”. Así es nuestro míster, un autodenominado cerdo por su implicación en el plato, a quien parece que se le indigestan las críticas y no termina de combinar bien los ingredientes del menú adecuado para satisfacer a los comensales.
Debería saber que, por lo general, si sabes elegir bien el melón es difícil que te salga malo. Si lo planteas bien y no lo dejas a la suerte, es complicado fallar. Pero claro, para eso hay que fijarse en el color, el aroma, el tacto, apreciar el sonido al palparlo y, si es hueco y vibra ligeramente, sale bueno. Lo de no prepararlo y dejarlo al azar es para los de paladar grueso.
"Una cosa es evidente: se le atraganta el producto fresco y autóctono de la tierra y prefiere los alimentos con fecha de caducidad próxima"
Quizás la gastronomía granota supere sus bocadillos de mortadela de otras épocas. Aquí tiene un portero elegante como un costillar de cordero; un limón ya maduro, un poco pasado y amargo, algo chepudo; un pequeño bombón delicatessen capaz de resolverte cualquier situación; un stopper con aspecto de huevo duro; tipos atrás resistentes y ásperos como los frutos secos; alguna guindilla picante; otro con fuerte carga glucémica, que crea adicción, “kochodependecia” lo llaman algunos; un delantero huido que podría equipararse a alguna fruta exótica como la uchuva, la papaya o, si lo prefieren, una pitaya roja; otro más seco que la mojama... en fin, Calero tiene sus propios gustos y manías para condimentarlos. Una cosa es evidente: se le atraganta el producto fresco y autóctono de la tierra y prefiere los alimentos con fecha de caducidad próxima. Es su apuesta. Aunque no debería olvidar lo que apunta la sabiduría popular: “en lo amargo está lo bueno, y en lo dulce el veneno”.
Veremos cómo le sale el melón el domingo a la hora de comer. Los granotas tenemos apetito. Queremos volver a zamparnos a los asturianos, como en la ida en El Molinón. Pero claro, habrá que trabajárselo, pelear y correr más que ellos. Los sportinguistas no saldrán al campo cantando aquella salsa mítica de Lalo Rodríguez, "Ven, devórame otra vez". Bon profit. O no.
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