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José Martí

El último baile

Los de las pachangas somos de esos que por instinto nunca dejaremos de darle una patada a algo redondo que se cruce de manera propicia con nuestro zapato.


Muchos somos los aficionados al fútbol que, con la intención de no ceder del todo ante las imposiciones del destino, todavía jugamos alguna pachanga de vez en cuando para matar el gusanillo. Son encuentros en la tercera edad. O casi. El último baile de los románticos del balón. The Last Dance. Somos de esos que, por instinto, nunca dejaremos de darle una patada a algo redondo que se cruce de manera propicia con nuestro zapato o siquiera se aproxime a él. De los que si vemos a unos niños con un balón nos hacemos los encontradizos para poder golpearlo. En esos partidos de amiguetes, prohibidos a los menores de 40 años salvo si son padres de familia con dos o más criaturas a su cargo, siempre suele acabar alguien tocado. Son partidos de alto riesgo, asomados al precipicio de la lesión definitiva.


Suelen ser sonrojantes partidos de “futbito”, ahora llamado fútbol sala, que alivian nuestra adicción futbolística pegando cuatro chuts y cinco carreras y nos permite conservar algo de nuestro ego futbolístico. “El que tuvo retuvo”, es la frase más oída en el parqué cuando alguien hace algo con el balón o marca gol. La otra, cuando se pone feo: “eh, cuidado que mañana hay que ir a trabajar”. Eso sí, por muy intrascendente y amistoso que sea el partido, lo damos todo. En el instante en que rueda el balón, el juego se convierte en lo único importante en el mundo, en el único argumento de la realidad. Carlos Marzal califica como de “maldición injustificada e injustificable” el hecho de que nuestro cuerpo nos retire del fútbol cuando mejor podría estar nuestra mente para practicarlo. Algo así como lo de Coke en la pasada temporada.

De vez en cuando para levantar el ánimo, vuelvo a visionar en mi móvil el “padreo” a Coke en el parking del Ciutat.

De vez en cuando, para levantar el ánimo, vuelvo a visionar en mi móvil el “padreo” de un granota cabreado en el parking del Ciutat tras la humillación en Vila-real, explicándole a Andújar que debería dejarlo y pasar a dedicarse a ese tipo de partidos de amiguetes en decadencia. El tertuliano, ahora jugador ibicenco, pone cara de sorpresa y mantiene el tipo muy educadamente aduciendo como argumento exculpatorio que él cumple con el entrenamiento diario. Faltaría más, se parte de risa el otro.


Recuerdo un amigo, quien por cierto continúa siendo fiel a esas pachangas esporádicas pese a su oronda barriga y su “molido” hombro (al menos eso asegura), que me preguntó en serio hace casi treinta años en las gradas del entonces Nou Estadi si, ante las pifias de algunos jugadores de aquel Levante en 2ªB, nosotros desentonaríamos en ese equipo. Esa absurda pregunta fruto de una ignorancia fantasiosa me volvió a surgir este domingo viendo desenvolverse a algún jugador granota en el mítico El Plantío. Eso sí, ni nos planteamos la posibilidad de hacerlo mejor que el actual inquilino del banquillo, aunque algún indocumentado podría especular que para hacer lo que hace y decir lo que dice, con semejante plantilla, cualquiera que pase por ahí podría, como poco, igualarlo. O no.

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