El Levante firma un gran partido defensivo en el que merece más que el Alavés, pero deja los deberes para el Ciutat Quién los ha visto y quién los ve. Si a cualquier granota le dicen a principio de temporada que Postigo y Rober Pier iban a ser los mejores en la eliminatoria final por el ascenso, no se lo creerían. Parece que hayamos vuelto a la 16-17, cuando dominaban el área e imponían su jerarquía ante cualquier rival, da igual que sea la velocidad de Sylla, que los centros de Rioja o la persistencia del inaguantable Villalibre.
El Levante se ha reconstruido desde abajo. La línea de cuatro, más el doble pivote Iborra-Pepelu, se ha vuelto inquebrantable y la base de un equipo que supo sufrir mucho en Mendizorroza. Especialmente en una primera mitad, en la que, pese a las escasas ocasiones recibidas, el Alavés ahogó a los granotas, muy necesitados del oxígeno de un Bouldini desactivado por la zaga local.
La chispa de Albacete Al contrario que en el Belmonte, la solidez defensiva no se vio acompañada por las individualidades y el talento de los hombres de ataque. Con De Frutos constantemente tapado y Brugué sin oportunidad de entrar en juego, el partido demandaba que el delantero fuera capaz de conservar el balón y estirar al equipo, como sí supo hacer Wesley en la segunda mitad. Solo Montiel se saltó el guion de un encuentro abocado al empate probándolo en varias ocasiones desde larga distancias.
El Levante se va con la miel en los labios de Vitoria. El Ciutat dictará sentencia en un escenario que seguramente se asemeje mucho al partido de ida. Solo un gol tempranero podría abrir un choque que se prevé largo y tenso, al más estilo Luis García Plaza. Hasta entonces, no queda otra que tomárselo con paciencia y ver el vaso medio lleno. El Ciutat debe apretar como nunca en el partido más importante de la historia reciente del Levante.
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