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Alejandro M.V

Colleja de realidad

Un juego tan plano, sin gol, ni ideas desde el banquillo, está condenado al playoff. Salvo milagro, la temporada del Levante UD no terminará en mayo


¿Hace falta jugar contra el Alavés para sacar el carácter del equipo? ¿La plantilla es consciente de todo lo que se está jugando el club? ¿De verdad busca soluciones Calleja a los mismos problemas de siempre? ¿Por qué solo Pepelu es capaz de liderar al equipo en los momentos de tensión? ¿Alguien ha metido un grito en el vestuario para poner a cada uno en su sitio? El Levante aburre, es previsible y cualquier equipo medianamente ordenado es capaz de sacarle un punto. 18 empates lo demuestran. Un juego tan plano, sin gol, ni ideas desde el banquillo, está condenado al playoff. Salvo milagro, la temporada del Levante UD no terminará en mayo. Ojalá Villarreal y Oviedo demuestren lo contrario, pero este equipo no está a la altura del momento de la temporada en el que estamos. Tiemblan las piernas, falta chispa y solamente el balón parado parece aportar algún atisbo de esperanza.

Y si el Granada pierde en Mirandés, y si Las Palmas y Alavés empatan, y si el Eibar sigue sin ganar, y si, y si, y si. El Levante no merece seguir vivo a estas alturas de la temporada. Seguramente sus rivales tampoco, pero la existencia de opciones matemáticas no tapan el dolor y la decepción de una afición que rema, rema y rema. Y ese es el principal peligro al que se expone el club en caso de no ascender, que toda la masa social construida en los años de bonanza económica y deportiva, desaparezca paulatinamente.


Más allá de lo deportivo, la desafección equipo-afición es el gran problema del Levante UD a día de hoy. Da igual que Javier de la Osa se empeñe en disimularlo por Twitter, que el club regale entradas o que pongan la mascletá al inicio de los encuentros, Ciutat y plantilla no van en la misma dirección. Toca recapacitar y cambiar el chip para afrontar los dos, cuatro o seis partidos que queden de la temporada. El futuro del club está en juego y no, no está en manos de la afición, sino en la de unos jugadores que han de salir a morder en Villarreal como si a su club le fuera la vida en ello. Que es la realidad.

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