¿Por qué no juegan Kocho y Carlos Álvarez?
Los granotas, tras el fiasco del sábado, hemos entrado en fase de desapego, en ese momento necesario para nuestra salud mental de aplicarnos un cierto desdén para no caer en el pozo de la decepción. En el fondo del corazón, para qué negarlo, todavía albergamos alguna esperanza (“difícil, aunque no imposible”, nos repetimos), pero nuestra cabeza razona en sentido contrario, consciente de que este Levante no transmite ninguna fiabilidad.
Perdió frente al Amorebieta por mala suerte, es posible, pero también venció a Elche o Zaragoza gracias a la fortuna, no a su juego. Un amigo puñetero niega la mayor: “no es cierto que el Levante no juegue a nada: en realidad su juego consiste precisamente en no tenerlo”. Cuestión semántica de literalidad que no nos lleva a ningún lado. Por cierto, ¿por qué los jóvenes usan ahora la palabra “literalmente” cada dos frases?
Más que un equipo, este Levante se ha convertido en un grupo de buenos jugadores donde cada cual hace la guerra por su cuenta (literalmente), deslavazado, sin juego colectivo, sin variaciones, sin capacidad de agruparse, sin un bloque compacto, sin automatismos… Arrastra carencias heredadas de la gestión de Calleja que, a estas alturas de temporada, es muy difícil cambiar.
Pero aun así hay aspectos puntuales que sí dependen del míster-secretario técnico (como los once jugadores que saltan al campo) que ponemos en cuestión.
Este Levante se ha convertido en un grupo de buenos jugadores donde cada cual hace la guerra por su cuenta
A este mismo amigo, el puñetero, le expliqué que en realidad Felipe Miñambres está demostrando ser “un desorientao”. Se me quedó mirando perplejo: “no hace falta que le insultes”. Esto me recordó una anécdota que leí hace poco sobre la infancia de Eugenio d’Ors. Un tendero de su calle fue a protestar a su madre porque su hijo le insultaba. La madre, con alarma, le preguntó qué le decía la criatura. “Me dice `comerciante’ ”. “Pero -replicó la madre- eso es lo que es usted ¿no?”. El buen hombre contestó: “Sí, señora, pero la intención, señora, la intención…”.
La intención con “desorientao” es faltar al míster, cierto. Aunque convendrán conmigo que Miñambres evidencia cierta confusión. No queda muy claro hacia dónde tiene orientada la brújula. Para todos resultan incomprensibles las suplencias de Kocho y Carlos Álvarez. Cada vez que salen, desequilibran. Pero ahí están condenados al ostracismo. O la titularidad de Rober Ibáñez, un extremo que se autoenreda, con pinta de exfutbolista. Aquí es donde todos sacamos al entrenador que llevamos dentro y, desde la distancia de la grada, nos atrevemos a poner y quitar jugadores. Lo vemos claro y evidente… ¿por qué Felipe no?
Al final acabaremos repitiendo como un mantra lo que dijo el Segismundo de Calderón: ¿Qué es el ascenso? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño y los ascensos, sueños son. O no.
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