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  • José Martí

El clásico "chupón"

El fiasco frente al Espanyol nos mostró, entre otras muchas carencias, que Dani Gómez no ha cambiado. Sigue siendo ese jugador que nunca pasa el balón.


Realmente esperábamos algo más. Un poco de equilibrio, menos diferencias con “el coco” y gran favorito de la categoría. Es cierto que faltaban tres centrocampistas clave, llamados a tener mucho protagonismo en este Levante (Kocho, Algobia y Pablo Martínez). Pero ni siquiera eso sirve de excusa para justificar tanto desajuste, debilidad defensiva, incapacidad táctica e impotencia como la que vimos frente al Espanyol.


De quien también esperábamos algo más es de Dani Gómez. Teníamos esperanzas en su titularidad. Estamos convencidos que es un buen jugador. En serio. Un delantero rápido, habilidoso, técnico, que busca los espacios, con buen quiebro… pero al que le pierden los regates.


Es el clásico “chupón” de toda la vida. El “chulito” de la clase con afán de protagonismo que, en el patio del colegio no había manera que pasara nunca la pelota. Nunca. A nadie. Y ahí sigue. El típico chaval que se tropezaba una y otra vez con el balón intentando regatear a los rivales, pero que pese a todo continuaba en su empeño, cabezón. Y, a buen seguro, se enfadaría si le llamaban la atención sus compañeros, cogería su pelota (tiene el perfil del colgado que llevaba el balón al cole para lucirse) y sentenciaría el fin del partido con aquello de “pues me llevo la pelota que para eso es mía, y ahí os quedáis” dejando a todos con un palmo de narices.

Él no puede despegarse el esférico de sus pies. La frase “jugar al primer toque” jamás la ha puesto en práctica.

En realidad, Dani Gómez es un incomprendido. Le da igual que todo el estadio vocifere desesperado al unísono “pásala” después del segundo regate. Lleva toda la vida haciendo oídos sordos. Desesperando al personal. Incluso a sus entrenadores. No le importa que un compañero esté en la línea de gol esperando el pase. Él no puede despegar el esférico de sus pies. La frase “jugar al primer toque” jamás la ha puesto en práctica. Simplemente no está en su vocabulario futbolístico. Seguro que sueña con sortear a media docena de rivales y marcar un gol histórico. Y lo sigue intentando con encomiable tenacidad.


El balón para él hay que llevarlo siempre pegado. Es un tic. Como el fumador compulsivo que un domingo lluvioso, sin nada que fumar, como no quiere salir de casa, se lleva un lápiz a la boca a modo de cigarro. El caso es que el gesto no se detenga. Tirar caños a los rivales a cualquier hora del día, venga o no a cuento. Habría que verlo en el pasillo de su casa.


Creíamos que en Segunda la rompería. Los defensas, en teoría, son menos cualificados, más fáciles de sortear. Pero no. Suelen ser también más rudos. De los que no dejan prisioneros. Con eso no contábamos.


Si fuéramos él, intentaríamos entrenar el toque en corto para evitar, más pronto que tarde, terminar siendo defenestrado definitivamente del fútbol de élite. A este paso está apenas a dos temporadas.


El escritor argentino Osvaldo Soriano lo resumiría con que el fútbol -y con él, la pelota y el uso que le damos- es una metáfora de la vida. Ay, Dani, si pasaras el balón. Serías un fenómeno. O no.

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