Celebración de Deyverson tras su gol ante Las Palmas. Imagen de MARCA.
Minuto 89. Levante 1-2 Madrid. Saša Lukić filtra un pase al espacio para Pazzini que, al primer toque, define al palo largo para empatar. Giampaolo “Il Pazzo” Pazzini es, oficialmente, el nuevo ídolo local. Es 3 de febrero de 2018, y más de un chaval presente en el estadio vuelve a casa con la inconfundible sonrisa del que se acaba de enamorar. En el día de su debut, "Il Pazzo” anotó un gol inolvidable. Ahora, si nos olvidáramos, desaparecerían todos nuestros recuerdos felices de él, porque no volvió a marcar o asistir con la camiseta del Levante.
Pero los niños como yo jamás dejaremos de recordar aquel día. Cómo íbamos a hacerlo, si aquella noche apenas dormimos engullendo todas sus entrevistas, fotos, goles y videos. Con los nuevos delanteros pasa como con el primer amor, se idealiza la figura de alguien que, en la mente, se vuelve la única persona capaz de hacer a uno feliz. Así es nuestra relación con todos los fichajes exóticos de nuestro Levante. El primero de ellos fue Deyverson, un espigado ariete brasileño que mejoraba en gran medida el índice de carisma del equipo. Yo, con diez años, enloquecí con su llegada. Como solíamos decir, era un jugador que “molaba”. Rápido, con ganas, versátil y malo, muy malo. Pero eso en aquel momento no lo sabíamos. Su compañero en el ataque fue Nabil Ghilas, su contrario. Es, quizá, el jugador más gordo que he visto jamás en vivo en un terreno de juego. Era feo, apenas se movía y no fue capaz de anotar ni un gol en los veinte partidos que disputó.
Abrazo entre Deyverson y Ghilas tras el empate ante el Eibar (2-2). Imagen de MARCA.
Con ese panorama, la ilusión de un niño que soñaba con una dupla capaz de llevarnos a puestos europeos se esfumó al ver que en Navidad ya íbamos últimos. Entonces apareció nuestra salvación. El gran Giuseppe Rossi, que, a sus 30 años, ya había jugado la Europa League y en la selección italiana. La afición le recibió con banderas de Italia y un entusiasmo exacerbado, era la última gran apuesta para buscar la permanencia.
Su debut es difícil de describir. Imaginen a todo un estadio esperando la aparición de la nueva superestrella y que, cuando este entrase en escena en el minuto 75, lo primero que hiciera fuese robar la pelota en medio campo, deshacerse de dos rivales con dos punteos geniales y quedarse solo frente al meta rival. Y fallar. Eso hizo Rossi, en una actuación que merece la pena ver. Desde ese día, se convirtió en nuestra última bala para salvar la temporada. El panorama se volvió gracioso. Nuestra delantera estaba conformada por Deyverson, Ghilas y Rossi, pero los niños, desencantados de Deyverson y Ghilas, ahora solo sentíamos pasión por el italiano. Claro que, pese a sus buenas actuaciones, el Levante quedó último y él se marchó, quien sabe a dónde. Nos cambió por otro.
Y es que, para un niño de esas edades, todo lo que existe es lo que ve. El mundo se reduce a su pequeño prisma. Por eso, cuando un jugador desaparece, le es igual a donde vaya a jugar, sea Italia, Francia o Alemania. ¿Qué más da? Él ya ha dejado de existir. Por contra, cuando llega un futbolista del extranjero, al niño le da la sensación de que se acaba de topar con una estrella mundial desconocida para él hasta aquel momento.
Es lo que me sucedió a la edad de 12 años con la llegada de “Il Pazzo”, nuestro primer protagonista, el del gol al Madrid. La semana siguiente, el Levante jugaba en Mestalla el derby contra el Valencia. Para defender nuestro favoritismo, les hablé a todos mis amigos valencianistas de Pazzini, Il predatore del gol. El lunes postpartido (derrota 3-1), todos comenzaron a reírse de mí... el pobre Pazzini no había tenido su día. Solo jugó siete partidos más con la elástica granota, ni uno bueno, y no hemos vuelto a saber nada más de él.
Estos son solo algunos ejemplos. Luego llegaron Moses Simon, Wesley Moraes, Charly Musonda... O incluso Álex Alegría, al que no era difícil verle con su Lamborghini y quien, con 30 años, está actualmente jugando en quinta división. Estas, por supuesto, son mis selecciones personales, cada uno ha tenido siempre sus debilidades particulares. Pero, igual que se esfumó el primer amor, ha quedado claro que los jugadores “molones” vienen y van. Por suerte para nosotros, el Levante mola más que cualquiera de ellos.
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